Informatio
28(1), 2023, pp. 431-437
ISSN: 2301-1378



 

Obituarios

 

Este 2023, apenas abierto, se empeñó en dejarnos un amargo sabor de boca: se llevó para siempre a dos queridos amigos y colaboradores de nuestra revista Informatio. En los primeros días de febrero, a punto de cumplir 44 años, falleció el Prof. Pablo Melogno, quien en su calidad de Secretario de Redacción entre 2013 y 2018, fue una pieza clave para transformar a Informatio en una revista exclusivamente digital, con vocación internacional, con una evaluación doble ciego, y mayores exigencias de rigor académico. Le hemos pedido al Prof. Jorge Rasner, hermanados en el dolor de perder a Pablo de modo tan prematuro e imprevisto, que encuentre las palabras para la dura instancia de despedir a este compañero ejemplar, trabajador, intelectual de fuste, que honró con su compromiso y su seriedad la gestión compartida de la revista. Pablo querido, querido Pablo, tenerte presente será nuestra manera de sentirnos acompañados por vos en cualquier dimensión de lo humano.

En las primeras horas del 17 de abril recibimos la otra triste noticia. El reconocido y renombrado profesor español José López Yepes dejaba este mundo en su ciudad, Madrid, luego de una trayectoria académica descollante en torno a la disciplina de la Documentación. Con su tránsito, volvieron los momentos y las vivencias (algunas recientes, otras más lejanas en el tiempo), de las que deseamos a dejar constancia en estas páginas.

 


En memoria de Pablo Melogno, amigo entrañable, compañero excepcional

Jorge Rasner

 

Pablo Melogno nació en Melo, Cerro Largo, hace cuarenta y cinco años y falleció en Montevideo el pasado 8 de febrero de 2023, cuando su trabajo estaba en pleno desarrollo, y aún tenía muchísima energía para dedicarle y mucha más creatividad para generosamente regalarnos. Fue profesor de Filosofía de la Facultad de Información y Comunicación, pero sus intereses fueron amplios, porque no se dedicó solo a la producción académica, que es extensa y fermental, sino que además promovió la creación de grupos de trabajo y construyó redes vinculares de investigadores a nivel local, regional e internacional. Entendía la reflexión filosófica no como un acto solitario, sino como un hacer colectivo, que se enriquece a través de la colaboración y la discusión entre académicos. Su amplitud de miras fue tal que nunca rehuyó el debate franco con quienes sostenían posiciones diversas e incluso antagónicas, porque finalmente siempre hacía aparecer una nota de humor, en la mesa de debate o tras el debate en la mesa de un bar, propia de su natural bonhomía y su don de gentes.

No me referiré en este recordatorio a su obra, muy especialmente vinculada al filósofo e historiador de la ciencia Thomas Kuhn. Felizmente ya muchos colegas y amigos se han referido a su aporte en términos más que elogiosos. Me referiré al Pablo amigo y camarada y a lo que Pablo empezó a construir y luego seguimos construyendo juntos y que perdurará como núcleo imprescindible de creación en la Facultad de Información y Comunicación de la UdelaR.

Mi primer contacto con Pablo, más allá de saludos formales y breves comentarios de pasillo, fue durante una mañana de primavera, muy bonita y soleada, a las puertas del Centro Universitario de Paysandú, en ocasión de una pausa en una jornada donde debatíamos sobre los procesos de producción de conocimiento científico en la que él colaboró en su organización. Sabíamos que la creación de la Facultad de Información y Comunicación era inminente, y sabíamos que era necesario que nos pusiéramos de acuerdo para unificar el curso de Epistemología que, a partir de la creación de la FIC, sería común a las tres carreras: Archivología, Bibliotecología y Comunicación. Comparamos programas, objetivos, orientaciones, los que Pablo y su equipo desarrollaban en EUBCA y los que nosotros desarrollábamos en LICCOM. Comprobamos que eran diferentes, pero esa inicial diferencia no impidió que llegáramos a acuerdos tras algunas negociaciones, porque con Pablo siempre fue posible negociar los disensos, sabiendo que un poco más allá nos esperaba el acuerdo y la alegría que brinda la satisfacción de trabajar junto a personas excelentes que son capaces de dar y brindar.

Entonces, allá en Paysandú, hablamos de planes de estudio, pero acaso sin nombrarlo específicamente había algo más que nos ocupaba y nos preocupaba: cómo ambos equipos convergirían para generar no solo el programa de un curso de grado, sino, muy especialmente, un solo equipo de trabajo que nos potenciara individual y colectivamente. Puedo decir con orgullo que lo conseguimos. Conformamos un Grupo de Estudios de la Ciencia y la Tecnología, GESCyT, radicado en la FIC, y desde él proyectamos, a nivel local y también internacional, el trabajo de un conjunto de excelentes compañeras y compañeros. Con los frutos de ese trabajo recorrimos juntos durante un tiempo precioso, que hubiera deseado mucho más largo, kilómetros, viajes, habitaciones de hoteles, cansancios, eventos, asados, copas y cenas con amigas y amigos, guiños cómplices, charlas informales sobre fútbol, música, cine, libros, familia. Fuimos forjando una amistad que trascendió claramente lo estrictamente laboral, festejamos éxitos, compartimos desazones y nos apoyamos mutuamente para sortear algunos momentos en los cuales el viento se nos puso en la puerta.

Hoy, cuando me duele su ausencia y evoco a Pablo, y lo hago muy a menudo, lo recuerdo como un investigador sobresaliente, exigente con su trabajo, capaz de generar artículos y libros reconocidos internacionalmente; pero también como un gestor incansable y como un soñador de casi imposibles que se proyectaba muy a lo lejos, hacia objetivos ambiciosos que él finalmente hacía realidad fruto de su esfuerzo y su inquebrantable tesón. Pero sobre todo lo recuerdo como un amigo entrañable, siempre un cómplice, con el cual era fácil bromear, sonreír y pasarla bien, disfrutando de las oportunidades que se nos presentan, ya conversáramos o discutiéramos sobre filosofía, ciencia, música, política, estrategias de desarrollo de nuestro grupo o sobre nuestro querido Peñarol.

Lamento profundamente su desaparición, pero nunca me cansaré de agradecer al azar y a las circunstancias que posibilitaron que nuestros caminos se cruzaran y pudiera conocerlo y quererlo.

Gracias, Pablo, por todo lo que me diste y nos diste con tu inusual generosidad.

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 Profesor José López Yepes

Mario Barité

 

El Profesor López Yepes, nuestro apreciado Pepe, desarrolló gran parte de su carrera en una continuada relación con la Universidad Complutense de Madrid, en cuyo seno no solo se licenció y se doctoró en Filosofía y Letras (Sección de Filología Románica), sino que alcanzó el grado de Catedrático en su Facultad de Ciencias de la Información.

También fue profesor extraordinario o visitante en muchas universidades españolas y también latinoamericanas, en Chile, Brasil, Costa Rica, Perú y muy especialmente en México.

Fue el referente más importante de la ciencia de la Documentación en la comarca iberoamericana, un precursor, un movilizador de ideas, un maestro perdurable, un notable escritor académico al servicio de ese campo disciplinario. Si bien cumplió con su cuota de artículos en revistas y de publicaciones a congresos, el núcleo fuerte de su obra se encuentra en los libros. Algunos de sus libros más notables dejan evidencia de la generosidad sin límites que tenía, para favorecer el aprendizaje de sus estudiantes, en especial los de posgrado. Pensando en ellos escribió “Cómo se hace una tesis: trabajos de fin de grado, máster y tesis doctorales” del año 2010, donde volcó con sistema y didáctica, la experiencia y la sabiduría acumuladas en décadas de docencia y tutoría de tesis en diversos países y universidades.

Coordinó varios proyectos editoriales perdurables: la díada integrada por “Los caminos de la información” (1996) y “La sociedad de la Documentación” (2011), en la que devela y explica el pasaje de la cultura impresa a la cultura digital, y la proyección de las nuevas tecnologías en nuestra disciplina.

Otra díada importante la constituyen el “Manual de Ciencias de la Documentación” que vio la luz en 2002, y su versión ampliada, el “Manual de Ciencias de la Información y la Documentación”, publicado en 2011 con la corresponsabilidad de María del Rosario Osuna.

El Diccionario enciclopédico de Ciencias de la Documentación, con una única edición en el año 2004, es quizás su proyecto más ambicioso. No hay, en efecto, otra obra de referencia más importante en lengua española, que haya podido integrar, con una prosa elegante y clara, la terminología tradicional de la Documentación, con la surgida por el impacto de nuevas herramientas tecnológicas al servicio de la organización y el análisis documental, y la recuperación de información. Veinte años después, se lee sin dificultades como una obra clásica y moderna a la vez.

Fue también un gran amigo de la naciente Facultad de Información y Comunicación en la Universidad de la República de nuestro país, impartió cursos de preparación de tesis en las primeras cohortes de la Maestría en Información y Comunicación, y como si hubiera deseado obsequiarnos su postrer canto de cisne, nos hizo el honor de dirigir un dossier temático en el segundo número del año 2022 de nuestra revista, al que dio en llamar “El anchuroso mar de las ciencias de la información documental”.

Anchuroso es ahora el mar que nos separa de este dilecto amigo de la Facultad y de la revista. Pero es un mar que todos navegaremos más tarde o más temprano. Mientras llega ese momento, quiero rescatar para ustedes (y para mí) el último encuentro que tuve con él en Madrid, no hace ni siquiera un año, en el pasado julio de 2022, con la tarea pendiente de hablar de la organización del dossier.

 Recuerdo que nos citamos frente a la puerta de Toledo, en el umbral mismo de la feria del Rastro madrileño, un domingo soleado y de buena temperatura. Mientras nos poníamos al día con nuestras tribulaciones, nos demoramos en el sector de los libros, donde quise comprar -y no me dejó pagar- un libro de poesía de Nazim Hikmet, en las antípodas de sus más que conservadoras ideas políticas. Y eso porque Pepe era antes que nada, un hombre cortés y un leal amigo de sus amigos, más allá de cualquier diferencia que pudiera tener con ellos.

Luego de almorzar muy agradablemente (momento del que la foto que acompaña a este texto deja constancia pese a su pobre calidad estética, de la que me hago responsable) llegó la hora de devolverme al domicilio puntual que tuve por aquellos días en Aravaca, un arbolado y tranquilo suburbio madrileño, en la puerta misma del Parque Casa de Campo. Contra todo pronóstico llegó a “cabrearse” mucho porque, en el laberinto de un trébol de carreteras, nos perdimos varias veces como dos niños, ¡¡usando GPS!!   

Se enojó de verdad porque yo insistía en que nos pasaba aquello porque estábamos muy mal documentados. Más me reía yo y más se enojaba él, aunque no bien logramos dar con la ruta cierta y pudo dejarme en la puerta de aquel domicilio puntual, recuperó al instante su buen humor. Así era Pepe, así lo recordaré, con el obsequio de ese domingo que compartimos bajo la excusa de los deberes pendientes; pero que compartimos esencialmente por pura amistad, el más noble de los sentimientos que puede reunir a las personas a lo largo de los años.

Con la misma fidelidad de amigo puso a disposición de nuestra Facultad y nuestra revista su magisterio y su sabiduría, cada vez que se lo pedimos. Razón de más para sentir una deuda de gratitud eterna contigo, que no sé si lograremos pagar con estas palabras, querido Profesor José López Yepes.

 

Mario Barité
Editor responsable de Informatio

 

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Con el Prof. López Yepes, julio 2022