Informatio
27(2), 2022, pp. 365-375
ISSN: 2301-1378
DOI: 10.35643/Info.27.2.16
Reseña
1 Dpto. de Literaturas Uruguaya y Latinoamericana, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar). Consejo de Formación en Educación, A.N.E.P. Uruguay. Correo electrónico: gabanas@gmail.com
«¿En qué medida las diversas teorías sobre la historia del libro ayudan a explicar
el modo en que los libros pueden actuar como una fuerza para el cambio?»
David Finkelstein y Alistair McCleery (2014)
El libro de Alejandro E. Parada que lleva por título Lectura y contralectura en la Historia de la Lectura, publicado por la Editorial Universitaria Villa María (Córdoba, Argentina) en 2019, da cuenta de un campo disciplinar en construcción, a la vez que reflexiona sobre su naturaleza y posibilidades, en donde la hibridez y complejidad de su delimitación radica en las características diversas y asombrosas (misteriosas, dirá Robert Darnton) de la lectura y sus protagonistas, los lectores. Su escritura fue entretejiéndose en ese espacio casi mágico y soñado por Borges como «paraíso» al que llamamos biblioteca. Parada, bibliotecario de profesión, docente e investigador, es tributario de esa posibilidad única del contacto con libros y lectores, y destaca consecuentemente esa circunstancia a la hora de referirse a su trabajo crítico que se configura como una guía especializada sobre las diferentes consideraciones que se entretejieron en torno a la llamada Historia de la Lectura y su adscripción a otras historias, que la refieren ineludiblemente.
El libro reúne cuatro ensayos originalmente escritos para el ámbito de universidades latinoamericanas, dirigidos a docentes y estudiantes de los cursos de Historia del Libro y de las Bibliotecas, Historia de la Edición o de la Historia de la Cultura Escrita y se proponen como una reflexión necesaria y sostenida en el universo histórico de los lectores. El punto de partida del debate propuesto podría reconocerse en el siguiente postulado de Parada: «La Historia de la Lectura es un área de la Nueva Historia Cultural que tiene por objeto de estudio las diferentes representaciones y prácticas de los lectores para apoderarse de los contenidos de los textos», concepción que reúne características heterogéneas y que por su misma naturaleza llevarán a que el autor se cuestione si es posible, por tanto, entender la Historia de la Lectura como disciplina. Partiendo de autores como Roger Chartier, Jean-Ives Mollier, Robert Darnton, David Finkelstein, Alistair McClerry y Lynn Avery Hunt, este conjunto de escritos se propone como una mirada reflexiva a la Historia de la Lectura y sus cruces con la Historia del Libro, la edición, la bibliografía material y la «sociología del texto», sus materialidades, prácticas y representaciones, las mediaciones entre los libros, los lectores y los circuitos de comunicación y, en particular, la lectura como historia y sus peculiaridades teóricas. Estos son los ejes fundamentales que orientan este trabajo.
En orden de aparición, los ensayos, que a su vez parecen organizados como capítulos en el libro, están claramente delimitados temáticamente: ensayo 1: aproximación a la Historia de la Lectura e intento de definirla; ensayo 2: «paisajes» o escenarios que diversifican esa historia; ensayo 3: una mirada a la Historia de la Lectura revisitada, y, finalmente, ensayo 4: cierre del libro que se presenta como final abierto a la vez que agrupa y discute las contribuciones anteriores. A su vez, el conjunto de trabajos antes mencionados da cuenta del recorrido del autor sobre los diferentes aportes a propósito de la Historia de la Lectura, recorrido que es una pretensión, por un lado, de historiar la lectura y, por otro, de establecer un posible marco teórico, luego de un lustro de reflexiones. El diálogo que Parada establece a partir de los tres primeros ensayos revisitados y vueltos a considerar en el cuarto capítulo expone la controversia natural que se va cimentando a lo largo del conocimiento de los diferentes posicionamientos teóricos sobre el tema que le ocupa. En ocasiones, como señala en el capítulo introductorio, las reiteraciones que podamos encontrar son voluntarias y responden, por otra parte, a la búsqueda de una posterior comprensión y reformulación, un suspender lo ya conocido para poner en diálogo distintas posturas en torno a la posible definición de la disciplina y para problematizar, de esa forma, posibles conclusiones, porque el trabajo de Parada, más específicamente en el último capítulo de su libro, se presenta como una escritura abierta a nuevas lecturas.
Inicialmente, Parada menciona los trabajos de David Finkelstein y Aliester McCleery y el de Lynn Avery Hunt, respectivamente. Finkelstein y McCleery en Una introducción a la historia del libro (2014)discuten la concepción del lector como «el eslabón perdido» en la historia de la lectura, a la vez que promueven una reflexión sobre el lugar de esta en la época de los nuevos medios. Considerando su adscripción a la Nueva Historia Cultural, el autor toma como punto de partida el notorio y creciente interés de Finkelstein y McCeery por comprender los entrecruzamientos que tienen lugar, a la hora de hablar de la Historia de la Lectura, entre el libro, la edición, sus materialidades, considerando especialmente la lectura y sus particularidades teóricas. Siguiendo estos lineamientos, considera que la Historia de la Lectura es un área dentro de la Nueva Historia Cultural, que tiene por objeto de estudio las diferentes representaciones y prácticas de los lectores para apropiarse de los contenidos de los textos[1]. La concepción de que existe una ambivalencia de la lectura refuerza la idea de que no existe una única Historia de la Lectura, dado que la posible delimitación de esta se anula ante la constatación de que existen tantas historias de la lectura como lectores. Hay, al decir de Parada, «(…) tantas historias de la lectura como modos de leer se plasmaron en el tiempo histórico»[2].
Con relación a lo que se define como «representaciones y prácticas» protagonizadas por los lectores, están en juego los postulados de teóricos como R. Darnton, C. Geertz (1993) y de R. Chartier (1994)[3]. Pero la Historia de la Lectura no puede circunscribirse únicamente al estudio de las representaciones y prácticas de los lectores: hacer esa reducción, como sostiene Parada, empobrecería considerablemente la visión amplia del proceso. En esa línea, las contribuciones de Armando Petrucci resultan particularmente iluminadoras y son oportunamente mencionadas en su trabajo. Partiendo de ellas, observamos que la Historia de la Lectura está imbricada en las realidades políticas y coyunturales del pasado, y tiene mucho que decir sobre ellas. En otras palabras, no puede permanecer ceñida únicamente al campo de las representaciones y de la conceptuación objetiva. Entra también en juego, como otra arista del proceso, la intervención del editor en la construcción de un determinado público lector. Esa es la postura que sostiene Donald F. McKenzie (2005), para quien las decisiones del editor relacionadas con aspectos como la composición de la página, elección e imposición de los caracteres tipográficos, supresión y alteraciones en los textos, entre otras consideraciones, implicaban una intervención y, particularmente, una nueva articulación discursiva que incide directamente en las formas y usos de los lectores.
Detrás de las huellas de la Historia de la Lectura, indisolublemente asociada, está la Historia de la Escritura, ya que la lectura está directamente relacionada con la capacidad de poder leer y escribir. Una es impensable sin la existencia de la otra. Posteriormente, la Historia de la Edición, necesariamente interconectada con ambas, vendrá a completar ese circuito. La Historia de la Lectura en medio de este entramado se despliega, entonces, como una «elaboración orquestal», al decir de Parada (2019, p. 23). Ante la naturaleza multidisciplinar de la disciplina en construcción, la preocupación de Parada es definir si esta concepción estaría fundamentada en un corpus teórico y si, por otra parte, la Historia de la Lectura sería poseedora de una terminología propia. Sobre estos particulares se extiende en los primeros dos capítulos del libro.
José Luis de Diego, en su trabajo titulado «Historiar la lectura: un desafío que cumple veinticinco años» (2021), comienza mencionando los aportes que considera inaugurales para la Historia del Libro, la Historia de la Edición y la Historia de la Lectura. Para el primer caso, el punto de partida estaría dado por la publicación, en 1958, de L’apparition du livre, de Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, mientras que la piedra inaugural de los estudios sobre la edición estaría pautada por la aparición, veinticuatro años después, de Histoire de l’édition française, publicada en cuatro tomos, entre 1982 y 1986, y dirigida por Martin y Roger Chartier. Poco más de una década después, la Storia della lettura nel mondo occidentale (1995), publicada inicialmente en italiano y dirigida por R. Chartier y G. Cavallo, pasaría a convertirse en la obra de referencia a la hora de considerar la Historia de la Lectura como tal. Como un intento de integrar esas tres disciplinas, R. Darnton propuso, como señala De Diego, la historia cultural y social de la comunicación impresa (objetando, por otra parte, que la Historia de la Lectura no podría circunscribirse a lo que Darnton denomina «comunicación impresa») como nominación más abarcadora y a la vez sintética, dando cuenta de que en 2021 ese debate acerca de cómo mencionar las disciplinas afines permanecía abierto. Ese es el debate que retoma Parada y que problematiza en los ensayos que conforman este trabajo, con la mirada puesta, sobre el final de su trabajo, en el estado de la cuestión en los países latinoamericanos y en la imperiosa necesidad de historiar los procesos de lectura de sus comunidades lectoras.
Como fue expuesto con anterioridad, las disciplinas que articula la Historia de la Lectura la posicionan en un terreno de permanente expansión, teniendo en cuenta que en la actualidad existe cierto conceso en considerar la Historia de la Cultura Escrita, la Historia de la Cultura Impresa, la Historia de la Edición y la Historia del Libro y de las Bibliotecas como los pilares sobre los que aquella se sustenta, a la vez que participa de forma activa de cada una de ellas.
Parada alude en reiterados pasajes a la importancia del conocimiento de los aportes de Yean-Ives Mollier, R. Darnton, R. Chartier y Bourdieu, García Cárcel, Burke y de Lyons con su libro Historia de la Lectura,publicado en 2012. Cuando se detiene en aspectos particulares del caso argentino, resultan de primera referencia los trabajos de José Luis de Diego y de Ezequiel Saferstein[4]. Porque para el autor la antigua e inicial Historia del Libro se encuentra atravesando un proceso de transformación hacia la Historia de la Lectura, que, necesariamente, la contiene. Fueron los aportes de la Historia de la Edición y los de la Historia de la Lectura los que la revitalizaron y, a su vez, amplificaron su campo de acción. Prueba de esto son, para Parada, las recientes historias del libro publicadas en países como Australia (Lyons y Arnold, 2001), Canadá (Fleming y Lamonde, 2004-2007), España (Infantes, López y Botrel, 2003; Martínez Martín, 2002), Estados Unidos (Hall, 1999-2009), Reino Unido (Bell, 2007-2011) y The Cambridge History of the Book in Britain (1998-2018), por mencionar algunas. Tal como lo puso en evidencia R. Darnton en su contribución al estudio sobre la incidencia de los procesos de edición en la Ilustración, en su ensayo titulado El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 (1979), en el que expone los lazos del negocio del libro con el universo de los lectores, la Historia de la Lectura necesariamente habrá de dar cuentas del complejo entramado que conecta la cultura escrita, la civilización impresa, los usos editoriales, la teoría de la recepción y las modalidades de apropiación de los discursos. En cierta medida continuador de la línea de Darnton, Donald F. McKenzie, desde su mirada a la «sociología de los textos», considera un aspecto medular como lo es la presentación por parte de los editores de los diferentes recursos tipográficos y las intervenciones que estos llevan adelante en los procesos de edición, modificando, alterando y transformando considerablemente el producto final, con lo que pone de manifiesto en qué medida las estructuras y formas materiales de los impresos determinan las prácticas y representaciones de los lectores. De esta manera, McKenzie puso en evidencia cómo se pueden llegar a construir los lectores a partir de las múltiples intervenciones del editor. Asimismo, para Darnton el enfoque bibliográfico defendido por McKenzie, sumado a una preocupación por el paratexto, el intertexto y la literatura comparada, permite vencer una cierta tendencia a la fragmentación y especialización de los saberes que obstaculizarían la aproximación «transversal» requerida por un objeto de estudio de la complejidad del libro.
Dentro del campo de estudio de la Historia de la Cultura escrita, la Historia de la Lectura es, tal como afirma Parada, tributaria de la Paleografía (A. Petrucci) y de la Bibliografía (D. McKenzie). De ahí su interés por resaltar el necesario vínculo de la Historia de la Lectura con la Bibliotecología y la Ciencia de la Información. Estas distintas expresiones o facetas lingüísticas refuerzan a la vez que destacan el polifónico entramado multidisciplinar del que da cuenta la Historia de la Lectura, construyéndose en constante interacción con disciplinas como la Antropología, la Sociología, la Historia del Arte, las Ciencias Políticas, la Crítica Literaria, la Filosofía, la Bibliografía Material, entre otras. Parada enfatiza que la transversalidad de la disciplina le otorga una plasticidad que amplifica su naturaleza: podemos, por tanto, encontrar, tal como menciona el autor, investigaciones de la Cultura Escrita insertas en la Historia de la Lectura, estudios sobre Historia de la Edición dentro de la Historia de la Escritura, aportes de la Historia de la Lectura y la Escritura dentro de Historia de la Cultura Escrita, ensayos sobre la Cultura Impresa dentro de la Historia de la Lectura, y una gran variabilidad de casos similares permutados entre sí.
A partir del concepto de «paisaje», tomado de sociólogos étnicos como Arjun Appadurai, el autor reflexiona sobre el extenso campo poco incursionado por el que la Historia de la Lectura está llevada a transitar. Se trata de una mirada de apertura, de búsqueda de nuevos horizontes posibles para acceder a una multiplicidad de intervenciones desde la lectura: el universo de los lectores y el espacio en movimiento a partir del que estos se construyen. Desde esta perspectiva, lo local y lo global, lo cognitivo y lo práctico, lo racional y lo imaginativo, lo filosófico y lo epistemológico se conforman como otros «paisajes» vinculados a las disciplinas que atraviesan la Historia de la Lectura. Se trata, reiteramos, de una mirada multifacética que toma como unos de sus posibles ejes «el paisaje» de movilidad de la intimidad lectora y «el paisaje» de los paradigmas lectores desde la complejidad de lo heterodoxo como marcas y señales.
Por otra parte, uno de los aspectos más relevantes a los que se refiere Parada es la necesidad de escribir la Historia de la Lectura desde una perspectiva latinoamericana. Si bien la mayoría de los historiadores de la lectura latinoamericanos toman como punto de partida el modelo historiográfico europeo o el estadounidense (por ser estas las escuelas inaugurales de dichos estudios), resulta necesario considerar en todas sus particularidades la realidad escrita e impresa latinoamericana, considerando sus prácticas, usos, representaciones y las respuestas de los lectores orientadas a la reflexión sobre nuestra identidad lectora, y, a partir de esa reflexión, trabajar en pos de la elaboración de una ciudadanía local tributaria de los usos de la lectura. En otras palabras, se trata de considerar la importancia de que cada país latinoamericano trabaje en la construcción de su propia Historia de la Cultura Escrita, no solo por una necesidad identitaria, sino, fundamentalmente, como paso previo para la consideración de lo que Parada llama una historia de los ámbitos lectores globales del continente latinoamericano.
Otra de las consideraciones expuestas en estos ensayos está asociada a las posibilidades que la Historia de la Lectura puede brindar a la hora de comprender los aportes y falencias de los planes de alfabetización modernos (los sitúa desde principios del siglo XX hasta los años setenta). En ese ámbito, la disciplina podría aportar importantes consideraciones pragmáticas y operacionales.
La lectura, centro de estas escrituras, concita también un componente pasional. Robert Darnton y Carlo Ginzburg fueron autores de dos ensayos sobre esta temática que oportunamente menciona Parada: se trata de «Los lectores responden a Rousseau: la creación de la sensibilidad romántica» (1998) en el primer caso y, en el de Ginzburg, de su libro El queso y los gusanos (1981 [1976]). En otras palabras, leer como posibilidad de cambiar el curso de la historia. Los cambios que producen las sensibilidades lectoras y sus emociones generan, en ocasiones, transformaciones en las personas involucradas que por lo general desconocemos y que pueden a su vez protagonizar cambios significativos en su entorno.
Con relación a las prácticas de lectura de la virtualidad, Parada las reconoce como naturales herederas de las antiguas formas de lectura provenientes del mundo tipográfico, sin dejar de considerar la diferencia en lo que a materialidad se refiere. Esa materialidad, o posible «inmaterialidad» del mundo virtual, alude a diferentes prácticas que se sustentan, por otra parte, en otra variedad de códigos de representación que por su propia naturaleza llevan aparejadas nuevas dimensiones o facetas lectoras, y la Historia de la Lectura se encuentra, precisamente, en una posición privilegiada de observación de todas esas mutaciones, asomándose desde un lugar de privilegio a la fascinante confluencia propia de la posmodernidad entre la cultura impresa y la cultura virtual.
Desde su lugar de profesional de la Bibliotecología, Parada considera muy particularmente los aportes que desde esa área se muestran relacionados con los llamados «estudios de usuarios»; sin embargo, continúan siendo un debe los estudios vinculados a las prácticas y representaciones de la lectura en donde predominan enfoques guiados más por lo cuantitativo que por lo cualitativo. Se trata de perspectivas que desestiman el universo emotivo-pasional de la representación, que tanto le interesan al autor y que las considera, por otra parte, como un elemento capital a la hora de esbozar cualquier aproximación a los estudios sobre los procesos de lectura. Con relación a ese particular, destaca la importancia de reforzar los vínculos entre la Archivología y la Bibliotecología tomando como punto de partida el estudio de los usos lectores desde una perspectiva necesariamente mucho más amplia.
Consciente de los procesos de cambio que se vienen gestando y evidenciando en las prácticas de lectura, el autor insiste en la creciente presencia de la lectura virtual como hecho irrefutable y contundente. Por otra parte, el soporte electrónico es una herramienta de la que se sirven tanto la Bibliotecología como la Archivología, por lo que es de esperase que en relativamente poco tiempo puedan generarse nuevos escenarios en torno a los límites y pautas de organización de los bienes culturales, por ende, del libro, en sus distintos soportes posibles.
La visión que atraviesa los ensayos aquí contenidos intenta presentarse como panorámica, si bien se detiene en distintos pasajes en la trascendencia de los cambios profundos que se despliegan desde las tecnologías de la comunicación y la información en las prácticas de escritura y de lectura que involucran un complejo, dinámico y variado entramado de recursos.
El tercer ensayo se concentra en la categoría del lector y su protagonismo indiscutible en la Historia de la Lectura y lo titula «El laberinto existencial de los lectores», retomando el comentario de R. Darnton (2010) «en el circuito que siguen los libros, la lectura sigue siendo la etapa más difícil de investigar» (p. 192). Como señala De Diego en su ensayo de 2021 antes mencionado, con relación a ese postulado de Darnton, comenta que luego de dedicarse a la descripción de las figuras más significativas en la circulación del libro ―los autores, los editores, los impresores, los transportistas, los libreros―, finalmente se detiene en los lectores, e insiste: «A pesar de la ingente literatura sobre psicología, fenomenología, sociología y los propios textos, la lectura sigue siendo un misterio» (p. 200). Pero esa dificultad, ese misterio, implica, a la vez, un desafío. Parada invita a ir más allá de los límites tradicionales para explicar el fenómeno de la lectura desde perspectivas más novedosas que reconsideren las prácticas y sus representaciones, así como también las repuestas de los lectores, sus modos y motivaciones al leer.
El conjunto de ensayos reunidos en el libro de Parada constituye, además, un trabajo pensado para bibliotecarios, editores, historiadores y demás investigadores académicos interesados por el universo de la cultura escrita, y se propone también como posible punto de partida para quienes comienzan a adentrarse en este campo de estudios, a la vez que permite a quienes se especializan en él, revisitar lecturas desde una perspectiva reflexiva. La detallada bibliografía que acompaña a cada uno de los ensayos que integran este trabajo está construida desde una mirada hipervincular que se perfila, por otra parte, a continuar orientándonos desde el ejercicio crítico hacia los debates en torno al libro manuscrito o impreso, el e-book y otras formas de leer, los textos, sus nuevos formatos y soportes posibles.
Finalmente, Alejandro E. Parada, en su intento por reconstruir la historia de la civilización impresa articulada desde la Bibliotecología y la Historia de la Lectura, nos invita a considerar los complejos vínculos que la relacionan con un campo del conocimiento tan vasto como lo es la Historia de la Cultura. Por esa misma razón, lo señala desde el comienzo y lo destaca sobre el final del libro, cualquier intento de definición será provisional. De ahí el carácter necesariamente abierto de cualquier definición posible.
Alejandra Torres Torres
Treinta y Tres, setiembre de 2022
[1] Al referirse a la Nueva Historia Cultural, Parada toma como punto de partida los trabajos The New Cultural History (1989), de Lynn Avery Hunt, y Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna (1994), de Roger Chartier.
[2] Parada, A. (2017). Historia de la Lectura. Debate en torno a su definición. Información, cultura y sociedad: revista del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, (37), 145-152. DOI: https://doi.org/10.34096/ics.i37.3879
[3] Ante la dificultad para historiar a los lectores, Darnton sostiene que más allá de la gran cantidad de escritos teóricos existentes sobre literatura, sociología, textología y filosofía, la lectura sigue siendo misteriosa.
[4] De Diego, por otra parte, fue quien coordinó en 2006 el grupo de investigación sobre la Historia de la Edición en Argentina, proyecto pionero y de obligada referencia para posteriores estudios de la edición en la región: me refiero al trabajo titulado Editores y políticas editoriales en Argentina (1880-2000) (2006; segunda edición ampliada, 2014).