Informatio
27(1), 2022, pp. 376-391
ISSN: 2301-1378
DOI: 10.35643/Info.27.1.15

Conferencia magistral


 

Desde la biblioteca imaginaria al lugar donde la memoria y el olvido tienen lugar

Lisa Block de Behar1 ORCID: 0000-0002-8636-8214

1 Docente de Fundamentos Lingüísticos de la comunicación. Facultad de Información y Comunicación. Universidad de la República. Montevideo, Uruguay. Correo electrónico: lisabehar@netgate.com.uy.

 

El universo (que otros llaman la Biblioteca).

Jorge Luis Borges

Au sein d’une dialectique entre le visible et l’invisible, la bibliothèque invisible correspond essentiellement à une bibliothèque mentale.

William Marx

Quand je suis chez moi, je me réfugie bien souvent dans ma « librairie », d'où je peux diriger toute ma maison : je suis au-dessus de l'entrée, et je peux voir en dessous mon jardin, mes écuries, ma cour, et la plus grande partie de ma maison. Là, je feuillette tantôt un livre, tantôt un autre, sans ordre et sans but précis, de façon décousue. Tantôt je rêve, tantôt je prends des notes, et je dicte en me promenant les rêveries que vous avez sous les yeux.

Michel de Montaigne

La única regla áurea es la del buen vecino, formulada y aplicada por Aby Warburg, según la cual en la biblioteca perfecta, cuando se busca un determinado libro, se termina por tomar el que está al lado, que se revelará aún más útil que el que buscamos.

Roberto Calasso

La apertura de esta BIBLIOTECA PÚBLICA, como parte de vuestras fiestas, eleva este pueblo a un rango tan alto de gloria que tiene pocos ejemplares en la historia literaria de las naciones.

Dámaso Antonio Larrañaga

A esta altura resulta natural entablar a distancia nuestra conversación, en este caso gracias a las más que gestiones, a los gestos de Federico Beltramelli, a quien conozco y continúo apreciando desde hace 30 años. Gracias a Paulina Zafrán, una estimada colega a quien conocí al crearse la Facultad y reunirse (es una manera de decir o de desear) nuestros respectivos Institutos en un único Servicio universitario, una docente en quien sigo descubriendo afinidades académicas, que presentí desde un principio y confirmo complacida. Gracias a Mónica Maronna por esta invitación formal y por llevar adelante proyectos que favorecerán el crecimiento de nuestra Facultad. Mi agradecimiento mayor a la señora decana, Gladys Ceretta, por su comprensivo apoyo a iniciativas que no siempre fueron entendidas con la lúcida generosidad por ella demostrada, por su valioso y ponderado entusiasmo ante los difíciles y diferentes compromisos que sus responsabilidades implican.

Le decía a Federico que, aunque rechine, vale en esta oportunidad mantener la repetición de la palabra lugar en el título porque, como bien se sabe, desde el momento en que, entre la primera y la segunda mención, media el tiempo, cambia la entonación e incide el contexto; el sentido de la réplica se transforma por el mero devenir y, en puridad, las repeticiones ya no lo son (o nunca fueron iguales).

 Una primera razón, muy simple, justificaría la doble mención de lugar. No solo estamos lejos sino, por lo menos, en dos lugares bien diferentes. Desalienta el desconcierto de ignorar dónde están ustedes, si concentrados o dispersos, en la Facultad o en sus casas, en Montevideo o en otras localidades; o si están. En resumen y aparentemente, al habla zoom el lugar no le concierne. 

Más aún, pensando en cómo encarar estas palabras, luego de intensas y pocas jornadas transcurridas en la Bibliothèque nationale de France, en el formidable Departamento de Manuscritos, obligada a la súbita interrupción y consecutivos aislamiento y confinamiento, pretendía, si no identificarme con la penosa situación de Erich Auerbach (Berlín, 1882 - Connecticut, 1957), recordarla al menos, porque el tema de bibliotecas, y Auerbach fue un bibliotecario ilustre, nos concierne.

 Fueron arduas las vicisitudes atravesadas y superadas por este eminente lingüista, filólogo, admirable crítico literario e historiador de la literatura, que se desempeñó entre los años 1923 y 1929 en la Staatsbibliothek zu Berlin – Preußischer Kulturbesitz (Biblioteca de Estado de Berlín – Patrimonio Cultural Prusiano). A raíz del ascenso del nazismo fue expulsado de su cargo y amenazado por la más brutal de las tiranías. Con suerte, pudo refugiarse a tiempo en Estambul desde donde, finalizada la guerra, emigró a Estados Unidos y, a diferencia de tantas y tan dolorosas víctimas de las persecuciones del nazismo, perpetradas en ensañada mayoría contra los judíos, pudo continuar y terminar su vida académica en los recintos de la Universidad de Yale.

En realidad no fueron muchos los refugiados que lograron salvarse gracias al régimen turco de entonces que, empecinado en lograr una actualización cultural, científica, económica y social de avance occidental, acogió a universitarios, profesionales, industriales que lograron instalarse en un medio nada hostil pero demasiado distinto del que huían.

Auerbach trabajó en la universidad de Estambul desde 1936 a 1947, romanista, sin conocer las lenguas de las publicaciones autóctonas ni las de los colegas turcos ni el habla de la gente en la ciudad. Desprovisto de su biblioteca personal, sin acceso a las colecciones universitarias que había frecuentado en las sucesivas etapas de su formación, escribió y publicó en 1946 su estudio más valioso: Mímesis: la representación de la realidad en la literatura occidental, considerado como un extenso compendio literario de las virtudes humanistas en clara oposición a la barbarie nazi. Más allá de la coyuntura histórica de esa perspectiva, su libro sigue siendo una referencia bibliográfica notable para quienes se interesan en la teoría e historia de la literatura y del arte.

Sin embargo, y en contradicción con algunas de las afirmaciones precedentes, el lugar, aun indeterminado, no solo en la ficción cuenta: “En un lugar de la Mancha…” Disperso, un lugar, dos, más, los encuentros a distancia ocurren según una disipación espacial que no se advierte o interesa cada vez menos. De ahí que, más que el espacio, en la actualidad es el tiempo el que, en su presunta contemporaneidad, nos reúne, como ha ocurrido siempre pero que se hace más evidente en este presente tecnológico que propicia las plurilocalizaciones concentrando el tiempo entre los dos extremos, la instantaneidad y la permanencia, de una afianzada convención. Un momento que se mantiene: maintenant, diría en francés. Su fugacidad duradera (valga la previsibilidad del oxímoron), superpone dos tiempos en una única dimensión, o única instancia, en cierta apariencia de simultaneidad, otro simulacro.

En el pasado de los mitos recurrentes, Hermes, el dios inventor de la escritura entre otros ardides que los mitos le atribuyen, se jactaba de que ese, su ingenioso artificio, sería capaz de superar o suprimir las circunstancias. Según argumentaba, su invento, además de derogar espacio y tiempo, prevenía contra el olvido y los decaimientos de la memoria. Convencido de esos beneficios, argumentaba Toth-Hermes-Mercurio, en el Fedro, el conocido diálogo de Platón, y era Sócrates, el que no escribe, quien se los contaba a su interlocutor, seguro de que la escritura, la primera técnica aplicada a la comunicación, habría sido la panacea, el farmakon apto para subsanar las fallas de la memoria pero, de la misma manera que el farmakon, remedio y veneno a la vez, la desplaza.

Las dualidades del farmakon, del término, han sido origen de importantes desarrollos filosóficos del siglo XX. Una palabra extraña, en griego, agathokakológico “compuesta y yuxtapuesta tanto por bien (gr. agathos) como por mal”(gr. kakoi), se ha utilizado para significar y exponer, en forma verbal y visible, las coincidencias contradictorias de la palabra, equivalente a la conciliaciones del más conocido oxímoron, que muestra igualmente las raíces griegas de su composición e ilustra la contradicción que significan.

Si bien cambian los dispositivos a los que recurre la tecnología, que siempre avanza, se perfecciona y transforma, aún no logra evitar las ambigüedades del farmakon ancestral, sea cual sea el soporte tecnológico en juego y las dualidades que depara.

Pero, hablando de ambigüedades, las dualidades no faltan. Cuando redactaba estas líneas me encontraba en Francia, pero también en territorio uruguayo, una paradoja geográfica o política, sustentada en motivos técnicos, aunque de índole jurídica. ¿En Francia y en Uruguay a la vez? No fue necesario el don de la bilocalización para que se verificara semejante dualidad.  Gracias a una ficción, a una ficción legal, conocida como extraterritorialidad, ambos territorios coexisten en un mismo espacio y sin conflicto. 

Un libro de George Steiner, escritor, crítico, comparatista nato, políglota, traductor, de origen austríaco, a salvo de los desmanes del nazismo gracias a las premoniciones de su padre, remite a esta noción. Nacido en Francia, radicado en Estados Unidos e Inglaterra, ejemplo notable de la diáspora de un intelectual de la Mitteleuropa y las irradiaciones de su cultura, su itinerario vital, su persona encarnan la extraterritorialidad que teoriza.  

 Steiner trata ese concepto aplicado al campo literario, abordándolo a su manera erudita, clara y amena, adoptando una mirada plural que pasa por la imaginación ajena, en otra lengua, en más de una. Una visión del mundo la suya, que cifra su clave en la “biblioteca” universal, de clara impronta borgeana. Su libro: Extraterritorialidad. Ensayos sobre Literatura y la Revolución Lingüística, 1972 en inglés, 1973 en español, reúne una serie de ensayos que expone, como toda su obra, esa suerte de visión ecuménica, cosmopolita y original de un mundo indivisible en el que la literatura y su peripecia vital personal coinciden en una misma y flagrante pasión por el lenguaje en crisis o entre lenguas cruzadas.

Ahora bien, volviendo a la relación de la biblioteca con el lugar, interesa no solo justificar la doble mención de lugar,con el fin deresaltar la predominancia del espacio, sobre todo porque no faltan ejemplos poéticos que imaginen la biblioteca en un espacio donde el tiempo se deroga. Como si el devenir no ocurriera ni transcurriera, como si la biblioteca estuviera radicada en un espacio donde solo el espacio o el lugar cuentan.

No sé cuándo se imaginó “el paraíso bajo especie de biblioteca, en ese espacio edénico donde pasado, presente y futuro se confunden, como si la eternidad, que es su condición, pudiera radicarse en un lugar. Para hacer más verosímil esa aventurada y ancestral afirmación, para acercarla a nuestros tiempos y tierras, recordaría el “Poema de los dones”, un largo poema de Borges que la legitimaría, con la convicción de que la poesía poesía confirma la verdad:

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
Exploro con el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el Paraíso,
Bajo la especie de una biblioteca.[1]

Al repetir “poesía poesía” recurro a un uso lingüístico y retórico común, pero también estoy citando a Haroldo de Campos quien, a su vez, cita a Augusto, su hermano. Me permito recordar su descomunal poema, “Oda (explícita) en defensa de la poesía en el día de San Lúkacs”, que termina con tres versos memorables. Dice así:

porque la flor florece
el colibrí colibriza
y la poesía poesía.

En la primera repetición, cuando me permití invocar poesía por segunda vez, el sustantivo conservaba la función sustantiva, accediendo a la función metalingüística del término, de ahí las itálicas. En cambio, cuando en el verso final Haroldo repite la misma palabra “poesía poesía” logra transformar la función del sustantivo poesía en una acción verbal. Prodigios de la palabra en poesía.

Derivado del latín paradisus, derivado a su vez del griego paradeisos, paraíso es una voz pariente cercana del Pardés que, muy usada en el hebreo actual, significa “huerto”, “jardín”. Como muchos otros términos, constituye un acrónimo en su origen, una voz compuesta a partir de las iniciales de las palabras que intervienen en su composición.

Se sabe que ese acrónimo se forma a partir de las consonantes iniciales (prds) de los nombres que designan las cuatro lecturas necesarias que, según la cábala, se necesitan para comprender los textos sagrados[2], un régimen hermenéutico que no es ajeno a la exégesis cristiana. Dante Alighieri, desde su propia perspectiva, cristiana y güelfa, promovió un método de interpretación similar para las Sagradas Escrituras.

¿Y si pardés fuera un acrónimo -digamos- retroactivo?  En verdad, ignoro si pardés, el vocablo, se originó como acrónimo como suele explicarse o, si fue a la inversa, es decir, pensando en que los rabinos estudiosos de los textos bíblicos pudieran haber asignado a sus lecturas esos nombres de modo que coincidieran con su visión doctrinaria, literaria, poética del Jardín del Edén, con el fin de que ambos, interpretación de la Biblia y Paraíso, quedaran asociados por el estudio, por la interpretación, la leyenda, la religión, comprometidos con esa biblioteca edénica, anterior al pecado, a la expulsión, a la Caída, a la mortalidad, al sin tiempo de la eternidad. No se sabe y tampoco importa si la palabra propició el acrónimo o si fue al revés. 

A veces dudo y sospecho que jugar con las palabras es una tendencia o tentación poética que se acentúa en quienes se dedican no solo a componer versos sino a quienes preocupa encontrar el Geist, el espíritu de una cultura que según George Steiner descubre “la esencia de la lengua materna”: “El escritor es un maestro especial de la lengua” dice Steiner. “En él, las energías del uso idiomático, de las implicaciones etimológicas, aparecen con fuerza evidente”[3].

Se insiste en la intencionada reiteración de lugar, de ese local donde se instalan la biblioteca, las colecciones de libros, de documentos, de manuscritos, de objetos emblemáticos de la cultura, de la memoria individual, social compartida en una comunidad.

Hace muchos años, un gran director de cine, Alain Resnais, realizó un film, Toda la memoria del mundo, Paris, 1956, que, a pesar de las décadas transcurridas, sin duda recordarán. Es un cortometraje de poco más de unos 20 minutos que muestra, austeras, las instalaciones de la Biblioteca Nacional de Francia, radicada en ese antiguo, pero no viejo, edificio de la rue Richelieu, ostentando el nombre del cardenal que fuera uno de los mayores propulsores de esa tradición monárquica francesa por la que se asocia el poder real y absoluto con la biblioteca.

Una tradición política que, dicho sea de paso, no fue observada en la fundación avanzada de nuestra Biblioteca Nacional por Dámaso Antonio Larrañaga en 1816, puesto que antes de que existiera nuestro país como tal, el sabio presbítero ya había fundado la biblioteca. Conviene recordarlo porque esa antelación y sucesión de acontecimientos no es nada común. Además es bellísima la Oración Inaugural que pronuncia el gran estudioso en oportunidad de su fundación. (Está en línea, incluso aparecen las imágenes digitalizadas de la publicación original en Anáforas, en la página dedicada a Larrañaga).

Desde hace años sigue estremeciendo el film de Resnais, su carácter lúgubre, fúnebre, que vela sobre todas las secciones de la Biblioteca Nacional de Francia. Más que melancólica, su filmación en blanco y negro, o el potente foco que encandila desde las primeras imágenes, o los funcionarios uniformados de negro, severos, adustos, las rejas, los carros donde se trasladan los libros, los sellos que se estampan para identificarlos, evocan visualmente (nunca verbalmente) el universo concentracionario que el propio Resnais había documentado en un film, Noche y niebla, presentado ese mismo año.

Ambos films son contemporáneos, en efecto, y tal vez Toda la memoria del mundo deba su carácter tétrico a las sobriedades de prácticas documentalistas del pasado, pero no descartaría la figuración tenebrosa de la ficción premonitoria de Borges, “La biblioteca de Babel”, introducida por una cita de la Anatomía de la Melancolía de Robert Burton[4]. Hablando de libros y bibliotecas, de memoria y olvido, siempre asoma Borges -imposible e injusto evitarlo-, tanto que se escucharía alguna cita del cuento en la narración del locutor de ese film.

Leído en la actualidad, más de medio siglo después de la publicación de ese cuento[5], a la luz de los cada vez más perfectos procedimientos digitales y los avances informáticos que no cesan, la imaginación de Borges, fantástica, desaforada y racional a la vez, devino pura y dura realidad. Tan extravagante es esa su ficción que sorprende que la historia le haya conferido y le confiera razón a sus extralúcidos desafueros.

No hace falta recordar que en las bibliotecas se reúnen obras publicadas, papeles manuscritos, inéditos, borradores, notas, medallas, monedas, objetos que cuentan los hechos de la historia, versiones de mitos y leyendas, documentos y monumentos indispensables para el conocimiento del pasado nacional.

 Ordenados, catalogados, prolijamente conservados, son referencia continua en las disciplinas que los estudian, en las prácticas de quienes las aplican y en las obras que los recrean.

Pero también existen publicaciones que, por distintas razones o por ninguna, fueron ignorados, tesoros del pasado, periódicos de elevadas calidades y distinta frecuencia, textos valiosos de políticos que fueron periodistas, de políticos periodistas que fueron poetas, de personalidades de la patria que ejercieron ese triple protagonismo. Sus obras yacen ignoradas en los anaqueles, en las estanterías o depósitos de museos, bibliotecas públicas y privadas, archivos nacionales o municipales, a riesgo de deterioros, de destrucción, de depredación, de desaparición.

No investigados, no leídos, desconocidos, como si no existieran ni hubieran existido. El español, como tantos otros idiomas, no dispone de una palabra para designar ese abandono o despilfarro cultural y desconocimiento de libros intocados. Consuela saber que en japonés existe una denominación para esa condición de “los libros no leídos”: Tzundoku. Una categoría no catalogada, una parodia académica, bibliotecológica que pudo haber escrito Borges pero que asumió Pierre Bayard, otro epígono suyo que se ha dedicado a explicar los huecos de la imaginación de Borges en un librito que se denomina: ¿Cómo hablar de aquellos libros que no se han leído?[6].

No hace mucho un film francés trata sobre un crítico literario muy prestigioso (interpretado por el igualmente prestigioso actor Fabrice Lucchini), uno de esos árbitros que en la televisión francesa deciden la fortuna de un libro o de un autor. La narración que trama el film cuenta la curiosa existencia de una biblioteca que, en un pueblo de provincia, custodia manuscritos rechazados, no publicados, tal vez nunca leídos[7].

Luego del interés teórico prestado sucesivamente al autor, a la obra, al lector, al editor, al librero, ¿son objeto de estudio y creación los libros no leídos?, ¿y los no escritos...? Ya hay antecedentes.

Trabajando en los acervos de bibliotecas uruguayas, en sus archivos, es doble o ambivalente la reacción ante el descubrimiento de maravillas arrinconadas durante décadas, escritos inéditos de poetas ilustres, correspondencias valiosas ignoradas que revelan noticias, comentarios, reflexiones, textos ilustrados con imágenes bellísimas, caricaturas excelentes que satirizan el poder y a sus protagonistas, esas Figuras, Figuritas y Figurones[8], como se titula una de las publicaciones de principios del siglo XX, que no evitan el sarcasmo que rivaliza con el colorido de los personajes, la certeza del trazo y los dichos satíricos con coplas y viñetas dedicados a los protagonistas de mayor relieve de la escena nacional.

Otras publicaciones, arrumbadas, abandonadas a merced del tiempo y sus inclemencias, a los rigores del otro tiempo, el tiempo transcurrido, a la indolencia de usuarios y a las consecuencias de sus descuidos o de imprevistos que tanto la naturaleza como las guerras y las ideologías ponen en peligro. 

Pero uno de los mayores riesgos es el que se corre cuando usuarios, lectores, especialistas recurren siempre a las mismas referencias, a los mismos y pocos autores, a los mismos y pocos libros. ¿Cómo se explica la reiteración de nombres constantes y la repetición de obras demasiado conocidas? Son referencias redundantes de unos pocos que implican innúmeras omisiones. Tal vez sea ese el mayor misterio de las bibliotecas, un lugar que guarda muchos más.

La entidad biblioteca imaginaria, de la que partimos, se asocia a la más conocida del “museo imaginario” que, a mediados del siglo XX, elaboró y acuñó André Malraux, una de las figuras intelectuales más relevantes de su época. Novelista, ensayista, cineasta, periodista, aventurero y combatiente, político, ministro de cultura de Charles de Gaulle, participó en los acontecimientos que la definieron, recorriendo Oriente y Occidente: Indochina, España, la II Guerra Mundial. Filósofo e historiador del arte, estudioso y crítico notable, cultivó y concilió las diversas corrientes de una cultura plural frecuentando a las figuras más destacadas que la impulsaban.

Afortunada, la fórmula “museo imaginario” cundió en la crítica de las décadas posteriores, y su estrecha relación con el auge de la fotografía y los distintos desarrollos técnicos a los que la reproducción mecánica dio lugar, fue cambiando de naturaleza y sentido tendiendo progresivamente hacia una mayor abstracción.

De las obras expuestas en los museos a la reproducción de imágenes en distintos formatos y soportes (libros, álbumes, fotos, diapositivas, videos, objetos en distintos formatos, tarjetas postales, afiches, posters, ceniceros, camisetas, almanaques, rompecabezas, todo tipo de adornos, de todos los tamaños) que los turistas o aficionados al arte compraban en las tiendas todavía precarias de los museos de entonces, para asegurarse recuerdos que “la mémoire oublieuse” arriesgaba. De las reproducciones materiales a las mentales, las imágenes intangibles que la percepción y la memoria acumulan en el íntimo museo de cada uno, la noción de Malraux, muy concreta en un comienzo, se conceptualizó, se “redujo” (reza el Diccionario de la Real Academia Española) a una representación intelectual.

Objetos materiales, de distinto peso, colmaban las valijas de los viajeros, con la intención de que la contemplación de los originales se conservara y continuara en los ambientes familiares, amistosos, laborales, o para mostrar en clases, en épocas, como todas, cuando tampoco era fácil viajar. Pero las más de las veces, pasada la euforia del viaje, yacían olvidados en algún rincón de la casa. ¿Quién volvería a ver postales innúmeras, diapositivas, videos?

Las restricciones impuestas por la pandemia multiplicaron la aparición en pantalla de museos, colecciones, exposiciones, conferencias, coloquios, visitas guiadas, discusiones de especialistas, muestras de réplicas cada vez más inmateriales que saturan las pantallas con los acontecimientos del mundo, minimizados a los escasos centímetros del celular. La percepción, contraída, reducida -como quien habla de procedimientos funerarios- se va adaptando y confunde, en todos los planos, el simulacro con la realidad.

Sin duda, también Malraux se inspiró en las ideas de Walter Benjamin, no solo en relación con su más famoso, ya trillado, ensayo sobre “La obra de arte en la época de la reproductibilidad tecnológica”. Fueron contemporáneos en Paris, compartieron ambientes, intereses y acontecimientos. Hay fotos de ambos realizadas por Gisèle Freund, quien no se perdió la oportunidad de registrarlos e incluirlos en su galería de notoriedades.

El museo imaginario de Malraux fue perdiendo sus atributos materiales. Cada vez más impalpable, más abstracto, ingresa desmaterializado a la mente de cada uno, desafiando a la memoria. 

Si bien guarda diferencias el estatuto imaginario del museo, institución, local, colecciones, con el de la biblioteca material ya que, con excepción de manuscritos, correspondencia, documentos, diarios personales, ediciones anotadas por autores y lectores, scrapbooks, álbumes, y ciertas reliquias o pertenencias particulares, sería difícil atribuir la condición de originalidad al ejemplar de un solo libro o de los periódicos reunidos en las bibliotecas, como se suele reconocer o atribuir a las piezas únicas que exponen los museos.

En resumen, a esa biblioteca imaginaria me vi obligada a recurrir y resignarme para realizar esta presentación ya que no es fácil ni prever los libros necesarios ni, previstos, viajar con ellos. Por otra parte, no me pesó reunir algunas reflexiones a partir de ese acervo personal, radicado en la mente, donde las relaciones entre recuerdos y referencias se entablan con mayor flexibilidad, con mayor libertad, que en los repositorios materiales.

Apuntando al contexto y a direcciones distintas que las bibliotecas propician, se entiende que “el lugar donde…” denota precisamente la estrecha relación entre lugar y local. Ambos términosderivan del latín locus, localis, una derivación que ilustra sobre otra vertiente neológica de la que se vale la lengua para distinguir o matizar significados a partir de una misma voz. Se crea así un sentido nuevo; de un término en latín, locus, derivan dos palabras: lugar y local en las que coinciden algunos rasgos semánticosy aparecen otros que las diferencian.

Ya se decía al principio pero cabe agregar algo más. Las locuciones “tienen lugar” o ”dan lugar” aluden a la “realización”, a la “creación”, al lugar como matriz y espacio generador, allí donde se origina o comienza algo. La biblioteca concilia esas y otras nociones: es un local y un lugar, un establecimiento, una sede donde se conserva la colección, donde se da lugar o tiene lugar la búsqueda y la investigación, donde algo se genera a partir del olvido o a partir de la memoria, por descubrimiento o por invención, o por ambas acciones a la vez: “porque el olvido es una de las formas de la memoria” (…) “la otra cara secreta de la moneda.” Decía el hacedor, el poeta, y en su poema “Un lector”, precisamente.

En la actualidad son tantas las obras y actividades, los cursos y discursos que se realizan en torno al tema de la biblioteca, describiendo su historia, estudiando sus particularidades, advirtiendo y celebrando sus cambios, que no deja de llamar la atención este interés reciente y creciente de artistas, pensadores, investigadores. Tal vez se tema que la biblioteca constituya otra especie más en vías de extinción. Es posible, asimismo, que ese interés responda al reconocimiento de una nueva etapa en la evidente metamorfosis de una entidad destinada a conservar los valores de una nación y asegurar su permanencia. Asume sus atribuciones y propósitos, procedimientos y funciones, utilizando desde hace un tiempo recursos informáticos que introducen cambios sustanciales en su prolongada existencia institucional. 

Sin apartarme demasiado del entorno circunstancial en que me encuentro, recordaría a William Marx que, desde el 2020 hasta hace muy pocos meses, ha dedicado sus cursos en el Collège de France al tema de las bibliotecas. A pocos metros de aquí, una galería de arte está exponiendo una serie de muy bellas imágenes de bibliotecas, plasmadas en tinta china, de un realismo onírico, imaginadas con una minuciosidad benedictina[9]. Son dos ejemplos, entre muchos otros, elegidos por su proximidad.

Si bien interesaba aludir a esas dos actividades, académicas y estéticas por su inmediata cercanía, el propósito inicial para esta conversación de hoy era hablar sobre la algo más alejada biblioteca de Aby Warburg, radicada en The Warburg Institute en Londres, con la intención de trasmitirles una experiencia personal, más allá de las lecturas que la precedieron.

Aby o Abraham Warburg (1866- 1929), nacido en Hamburgo, historiador, antropólogo, filólogo, crítico de arte, estudioso apasionado del Renacimiento Italiano, especialmente el florentino, reconocido desde hace algunos años y en la actualidad como uno de los mayores precursores de las tendencias comparativas e interdisciplinarias en las humanidades, renunció a las prósperas actividades y herencias familiares para dedicarse a fundar su propia biblioteca, la Kulturwissenschaftliche Bibliothek Warburg (KBW) en  Hamburgo, en las primeras décadas del siglo XX. Un espacio en el que se proponía transgredir la rigidez de los límites rigurosos de las disciplinas universitarias vigentes para observar las relaciones entre las distintas formas de creación que la humanidad había desarrollado desde la más remota antigüedad hasta su época.

Ya fallecido Warburg, en 1933, gracias a Ernst Casssirer, a Fritz Saxl, Gertrud Bing, a Erwin Panowski, Ernst Gombrich y otros intelectuales destacados de entonces, su biblioteca se salvó de las hordas violentas del nacional socialismo y fue trasladada y establecida en Londres.

El mayor proyecto de Warburg fue el Atlas Mnemosyne, que consiste en la instalación de obras, de documentos o monumentos, fragmentos dispersos reunidos en una constelación, una especie de santuario/museo/atlas/altar, una biblioteca circular u ovalada, consagrada a Mnemosyne, la diosa griega de la memoria, madre de las nueve musas.

Había empezado Warburg por coleccionar imágenes, libros y objetos varios, reliquias, de distinto valor y carácter, objetos heterogéneos que adquirían sentido o lo aumentaban por el conjunto, por una conjunción estelar y significativa en virtud de la reunión ordenada -si cabe decirlo- según sus propias asociaciones, evocaciones, fantasías, ideas, según las reservas de su memoria.

Ni alfabético, ni cronológico, ni geográfico, su Atlas se atiene a las asociaciones de los contenidos de su mente, de experiencias, investigaciones, de sus sueños. Cada panel exhibe su mente en libertad, su memoria en imaginación. De lo material a lo imaginario, de lo imaginario a lo material, un círculo sin principio ni fin.

Mnemosyne parte de la memoria, que a su vez parte de lo real, de lo real material, de donde se llega a la biblioteca imaginaria, mental, invisible.

Desde esa reserva interior, íntima, se habilita una biblioteca real, material en Hamburgo en 1926; una construcción que revela el interior de la mente de un lector, de un estudioso, del investigador que lee y sueña, que recuerda y olvida. Las imágenes circulan en la arquitectura oval o circular de la biblioteca de Warburg, un itinerario que describe un fin como si anunciara un comienzo.

Desde el principio, y más de una vez, se anunciaban las incidencias de lugar, y de las frases hechas en las que se incluye el término, en relación con la biblioteca de modo que las locuciones “tienen lugar” o “dan lugar”, aluden a la realización, al lugar como matriz, al espacio generador, allí donde aparece, se origina o se crea algo. La biblioteca concilia local y lugar, una sede como tantas otras.

Sin embargo, es en esa institución, en esa sede donde se radica y conserva el acervo que custodia los mayores bienes culturales de la comunidad. A partir de sus archivos se revelan o se generan, por descubrimiento o por invención, el conocimiento que las investigaciones producen, las obras que los artistas crean.

En la biblioteca conservación y creación no se oponen.

 

Referencias bibliográficas

Bayard, P. (2008). Cómo hablar de los libros que no se han leído. Barcelona: Anagrama.

Bezançon, R. (Director). (2019). Le Mystère Henry Pick. [Película]. Mandarin Cinéma. Gaumont Production.

Block de Behar, L. (Coordinación) (2009).  Haroldo de Campos, Don de poesía. Ensayos críticos sobre su obra. Montevideo: Linardi y Risso /Fondo Editorial UCSS / Embajada de Brasil en Montevideo, 2a edición, disponible en  https://analisis.fic.edu.uy/_media/materiales:lbb_ed_-_haroldo_de_campos.pdf

Borges, J. (1944) El jardín de senderos que se bifurcan. En J. Borges, Ficciones. Buenos Aires: Emecé Editores.

Borges, J. (1960). Poema de los dones. En J. Borges, El hacedor. Buenos Aires: Emecé Editores.

Burton, R. (1621). The Anatomy of Melancholy (Part. 2, Sect. II, Mem. IV.).

Campos, H. de (). Oda (explícita) en defensa de la poesía en el día de San Lúkacs.

La Ode (explícita) em defesa da poesia no dia de São Lukács está publicada en las páginas 337 a 341

Scarzolo Travieso, L. (1904). Figuras, figuritas y figurones. Álbum de caricaturas contemporáneas. Montevideo: Talleres La Razón. Disponible en: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/44070

Steiner, G. (1973). Extraterritorial. Barcelona: Barral.

Téa, C. (21 de marzo al 23 de abril de 2022). Christelle Téa Bibliothèques. Dessins 2018-2021. Exposición de arte en Galerie Métamorphose, París, Francia.

 

Notas

[1] Borges, “Poema de los dones”, de El hacedor, Buenos Aires, 1960.

[2] Las cuatro lecturas: pshat (sentido literal), remez (sentido alegórico), darosh (sentido moral o ético), sod (sentido secreto, místico, que remite al principio).

[3] Haroldo de Campos, “Oda (explícita) en defensa de la poesía en el día de San Lúkacs”,  George Steiner, Extraterritorial, Barral, Barcelona, 1973, P. 15.

[4] The Anatomy of Melancholy, part. 2, sect. II, mem. IV, http://ciudadsealerieva.com/texto/la-biblioteca-de-babel/

[5] Un cuento publicado inicialmente en El jardín de senderos que se bifurcan (1941), recogidoen Ficciones (1944).

[6] Pierre Bayard, Ed. de Minuit 2008.

[7] Rémi Bezançon, Le Mystère de Henri Pick, 2019.

[8] Luis Scarzolo Travieso, Montevideo, 1904

[9] Christelle Tea, Bibliothèques. Dessins 2018-2021, Galerie Métamorphose, París 2022.